lunes, enero 15, 2007


Los Lunes son los días más difíciles de la semana.
La noche anterior, siento una nostalgia prematura por el día que se está terminando. Sufro de cambio de humor y la semana se perfila como infinitamente larga.
Al levantarme, lo primero que surge de mi es un profundo suspiro. Lucho para levantarme de la cama. Siento como si varias manos me halaran, impidiéndome despegar!
Luego de haber dejado a la princesa Candelaria en el aula de clases y al ver las escaleras para acceder al metro de la linea 12 "Lamarck-Caulaincourt", un profundo estado de desaprobación mezclado con afán me embargan.
Después, sigo los pasos apresurados de la gente y me fundo en la masa parisina. A veces compito con otro caminante por ir más rápido y lograr atiborrarme entre una maraña de personas para subir al metro " Saint Lazare" de la linea 3.
Acto seguido, no logro sobreponerme al ver que estoy siendo víctima de lo que más detesto: el dejarse llevar por los demás, aquel va y ven de las 30 o 50 personas que me rodean, restregan, aprietan, frotan con peinado "talco", oliendo a chucha mezclada con perfume ( al mejor estilo francés), con caras de amargados, peleando por algo de confort... Es suficiente razón para detestar los lunes!
Después de media hora apretada en aquel vagón, no hay más remedio que seguir a la masa de nuevo y sentarse automaticamente en la silla vino tinto, al frente del escritorio número 3500 del 26 quai Michelet en Levallois-Perret.
El resto del día transcurre, alternando hacia la pantalla del computador y la ventana, para apreciar las torres del sector financiero de "la defensa".

La dificultad termina cuando llega la hora de recoger de nuevo a mi princesa a la salida del colegio.