jueves, noviembre 09, 2006


El espejo deVasco Szinetar
Vasco Szinetar es un acosador profesional; persigue, ataca, insiste con amabilidad o con furia hasta que consigue lo que quiere: una foto con una celebridad. Artistas, escritores, políticos, todos caen ante el encanto de Vasco, aceptan y sonríen. Porque no se trata de una instantánea más; las fotos con este venezolano carismático y chiflado se llevan a cabo en los baños. Disfruten.
n lo más profundo de la caverna donde están encadenados por grilletes de rutina y ofuscamiento, los tristes seres de la parábola que nos cuenta Platón en su “República” se entretienen viendo pasar sombras temblorosas, deformadas, engañosas. Son imágenes de imágenes, los espejismos de un espejismo. No sólo no revelan la idea imperecedera de cada cosa sino que fingen una réplica azorada, falsamente intencional, de la menesterosa y transitoria arcilla que imita a la idea.Al menos la arcilla carnal no engaña del todo: la vemos desmoronarse. El tiempo que es su secreto inexorable se descubre a cada paso, incesante, como una torpe réplica de la inalcanzable eternidad. Se acumulan los adjetivos negativos porque en este perdedero que llamamos “realidad” todo es perdición, privación. Aún peor es la sombra que en el fondo de la cueva finge conservar lo momentáneo, lo que pasa sin tregua, lo que nos pasa y traspasa. La réplica de la réplica que somos miente al desmentirnos, porque nos sobrevive. Por eso, entre otros agravios, Platón expulsó a los artistas de su ciudad ideal. ¡Imagínense si hubiera conocido a los fotógrafos!El caso de Vasco Szinetar es el más grave de todos o al menos lo hubiera sido desde el punto de vista de Platón. Sus fotografías no sólo cristalizan la sombra de nuestra sombra, sino que además prefieren obtenerla del espejo, que ya en sí mismo no manifiesta sino la fugacidad inestable de un reflejo.
Se multiplica vertiginosamente el espejismo pero el suyo es un espejismo conservado. La imagen reflejada en el espejo es y no es, nosotros mismos –los por un momento aparecidos ante el azogue– somos mientras constantemente estamos dejando de ser, pero la fotografía que capta tanta transitoriedad nos aprisiona en un instante ideal más resistente que los demás, por tanto más mentiroso.Y por eso mismo nos fascina tanto. Y nos hace concebir una desaforada esperanza o quizá una alarma desaforada: ¿Habrá algún otro lugar, algún otro objetivo gigante y misterioso, que detenga para siempre nuestra huida, que se niegue a nuestra total perdición? Un retrato en el que sólo lo fugitivo permanezca y dure, como apuntó Quevedo, una sombra que rehúse constatar que ya hemos muerto…Será o no será. Nada sabemos, poco intuimos, demasiado esperamos. Lo único a nuestro alcance es admitir la derrota pero también negarle a Platón su victoria inhumana ornada con el estandarte de las ideas inmutables. Y podemos repetir los tercetos de aquel memorable soneto de Octavio Paz:El espejo que soy me deshabita:un caer en mí mismo inacabableal horror del no ser me precipita.Y nada queda sino el goce impíode la razón cayendo en la inefabley helada intimidad de su vacío.
Fernando Savater